Azules son las almas.

martes, 27 de agosto de 2013

Que las cosas sean, pues.

¿Acaso tú te das cuenta cómo suceden las cosas? No hay que ser necio, no hay que mirar al costado cuando la realidad se te apresenta y se te muestra desnuda. Así tal y como es, con sus imperfecciones y sus atractivos detalles.
Hay que ir más allá, entender que lo que tenemos enfrente lo vemos encuadrado en nuestras convenciones. Nos enseñaron que dos más dos son cuatro y que una oración tiene sujeto verbo y predicado, y pues, así sin más, nosotros nos movemos dentro de estructuras, como carreteras, conduciendo por la derecha al igual que el resto para funcionar en conjunto.
Y en realidad la realidad tiene muchísimos más colores, hay que desprenderse de las estructuras para entenderlos, dejar que vuele la imaginación, expandir los límites, abrir las puertas de la percepción. Tantos brujos, chamanes, tantos misterios y casualidades, no hay más que creer que las camisas pueden usarse sin abotonarse hasta el último botón. No hay más que entender que todo está relacionado, como la mariposa y el huracán. Tanto así, o tal vez no tanto, pero mucho. No pueden darse las coincidencias tan así porque sí, lo que sucede en el mundo ha de ser como el inconsciente del ser humano, pero más grande, el inconsciente del universo que dispara y activa situaciones y momentos, acciones y reacciones para que las cosas se den.
Todo pasa por algo, todo tiene energía, todo se conecta, todo se transforma.
Todos tenemos a alguien conocido a quien nos cruzamos alguna vez por la calle, con la cantidad de gente que camina por las ciudades y nosotros nos cruzamos a esa persona, y la vemos, y charlamos y nos deja reflexionando, o lo dejamos reflexionando. Eso no puede ser una casualidad, eso tiene una razón de ser.
A todos alguna vez nos ha sucedido que el universo nos pone a prueba, y pues ahí mismo es donde debemos darnos cuenta de quienes somos, si el desafío aparece, es para afrontarlo con el pecho bien inflado, sino no es un desafío y nosotros no tenemos nada que probar. Pero si ahí el desafío está y no nos animamos a atravesarlo, entonces pues es mejor morirse como una rana que jamás se preocupó por saber que hay más allá de su charco. Pues que te mueras cuando el charco se seque y seas feliz. Te mueres en tus ocho horas diarias, en tu serie favorita repetida mil veces, en tus vacaciones de quince días y en tu loca aventura de conocer una vez, un lugar lejano y contarlo pues.
Si eres una rana que no se aleja de su charco, pues te ahogas en la mediocridad, por no tener los huevos para afrontar los desafíos, y pues, si tu sabes que puedes afrontarlos - y puedes porque por eso es un desafío y no una estúpida idea-, y tu sabes que lo puedes superar -y puedes, misma razón que antes-, entonces es el miedo el que te paraliza, con todo el universo a tu favor porque el te pone en donde estás. No seas entonces, además de mediocre, cobarde y obtuso, entrégate al juego, salta al vacío, une los cables, mira donde no hay nada para encontrar el brillante. Que no te de vergüenza cantar que dos más dos pueden ser tres, que el mundo puede no ser como lo ves... y que las oraciones no siempre tienen sujeto y verbo y predicado.

Marcos Caminante


lunes, 26 de agosto de 2013

Simerio y su lluvia.

Bajo la lluvia andaba Simerio, caminaba de a pasos pequeños pero firmes, sentía el suelo mojado bajo sus pies. Las gotas le golpeaban la cabeza, lo empapaban poco a poco y se escurrían por la nuca y el cuello hasta helarle la espalda. Los charcos entraban por las zuelas agujereadas y el viento se filtraba por donde la ropa hacía caer sus barreras.
Simerio respiraba mojado y con las manos en los bolsillos, no se preocupaba porque al cuerpo le bajara la temperatura, se preocupaba por sentir como aquella sensación lo invadía. Por momentos, mientras continuaba con su paso seguro, cerraba sus ojos y se concentraba en cada parte de sí mismo, cada una de ellas individualmente. Sentía la piel de sus manos arrugándose, sus pies chapoteando en las medias ahogadas dentro de los zapatos rotos. Sentía la camisa pegándose a su pecho, a su espalda. Simerio caminaba bajo la lluvia porque le daba placer. Alguna vez algún paspado que se creía simpático se burlaba en el ascensor cuando él, ante la pregunta primera, contaba que salía a la lluvia por propia iniciativa. La sonrisa de esos chistes jamás encontraban complicidad. Entonces llegaba a su casa, se quitaba las ropas húmedas, se daba un baño caliente, se preparaba un té con limón.
Cierra los ojos, escucha un disco, la lluvia ya no está, la tasa caliente le reconforta las manos, el aroma del té le entibia los pulmones y la música lo hace disfrutar. La tormenta continúa tras su ventana, las gotas golpean el vidrio, y él... ya está cómodo en su hogar.