Azules son las almas.

martes, 23 de julio de 2013

Imaginario

Él era un tipo extraño, estremecedor. Sus acciones y sus reacciones siempre me dejaron sorprendido, y no de la manera más grata... ni simpática ni entretenida. Lo que hacía generaba miedo.
Guardaba una petaca en el bolsillo de su saco gris y negro y  jamás la tenía vacía. Tampoco su cigarrera, siempre cargada y acompañada de un viejo encendedor zippo que tenía grabada una estrella y una inscripción en latín, él siempre había sido un tipo extraño.
Alguna vez hace muchos años me lo crucé en un casino, era una noche en la que desesperado decidí entregar mi destino al azar y fui a tratar de obtener dinero en las mesas de ruleta.
Apareció tan solo un momento, cuando yo ya había apostado la mitad de mi todo al quince. Apareció por detrás mío, miró desde cerca, me preguntó cuál había sido mi apuesta, antes de que hablara podía escuchar como el aire que salía de su nariz aguileña se entreveraba con el tupido bigote crecido y despeinado. Tenía una boina vieja, una barba que no era, de algunos días de crecimiento descuidado y el espacio interdental negro.
Mis nervios no me permitieron más que decir el número, tembloroso. Levantó las cejas, corrió los labios hacia atrás, la bola aún giraba y el croupier todavía permitía apuestas.
-Lástima- Dijo. -En esta sale el siete... en la que viene sale el quince.- Me golpeó la espalda, me miró fijo a los ojos. Sonrió y se fue sin saludar. Yo todavía no terminaba de entender cuando escuché el anuncio “no va maaaaas.......  colorado el siete”. No dudé, mi último cincuenta por ciento fue al quince y de allí me retiré con casi todo el dinero que necesitaba para saldar mis deudas, pero con las ganas insatisfechas y la tentación de una apuesta más a flor de piel. 
A él no lo ví por un tiempo después de eso. Siempre se sentaba medio alejado de todos en el aula del colegio nocturno que compartíamos. Siempre hablando con gente que yo no conocía. Yo jamás le presté mucha atención; pero cruzábamos algunas miradas como si tuviese algo para decirme y esperara que yo me acercara.
Una vez en el patio decidí abordarlo. Iba a ir a pedirle fuego para comenzar a conversar y cuando estaba acercándome vi que guiñó el ojo a un lugar que noté vacío y saludó, como despidiéndose.
Antes de preguntar si me convidaba fuego, intrigado por aquel acto extraño le pregunté a quien se dirigía y su respuesta me dejó perturbado. Desde su baja estatura me respondió soberbio. -A nadie- afirmó... pero lo hizo levantando las cejas, sonriendo lentamente, mirándome fijo a los ojos desde lo más profundo de su mirada de ojos negros y espacios interdentales sucios. 
No sé como explicar que en su respuesta noté que me estaba diciendo también que me mentía, pero que no podía decirme la verdad porque iba a ser demasiado extraña, esperaba que yo me diese cuenta de eso, que yo sabía que esa iba a ser su respuesta y que esa respuesta no era cierta. Esa mirada implicaba casi un desafío “creéme y sé un idiota más, o no me creas y atentete a las consecuencias”
Yo lo miré fijo, con mi cigarro apagado en la mano mientras él jugaba con la llama de su zippo. Casi pregunto de nuevo a quien había saludado, o por qué lo había hecho. En ningún momento abandonó esa sonrisa que esconde la malicia de un mensaje que no se dio. Tal vez a otro se la hubiese sacado de un cachetazo, pero por alguna extraña razón a él se la permitía casi intimidado.
Alguien gritó mi nombre desde otro punto unos metros a mi derecha en aquel gigantezco patio. Lo miré fijo y extrañado por un momento y sin decir más nada me alejé con mi cigarrillo y sin lúbre para encenderlo. Me fui a hablar de lo que había explicado el profesor antes de que sonara la campana del recreo.
Ese tipo me da escalofríos, y lo que más me perturba es que cuando lo menciono no lo conocen, cuando lo quiero señalar no está, y cuando preguntó por él, nadie sabe de quién estoy hablando.

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